Me cogío la mano y señaló hacia el cielo de la noche cerrada mientras sus labios se esforzaban por esbozar una tenue sonrisa. Entonces miré fijamente como nunca había mirado antes y vi por primera vez lo que siempre había estado allí esperando a ser encontrado, inamovible, impasible, como sólo lo están las cosas carentes de emociones; como yo había estado durante demasiado tiempo; tiempo que ahora se me antojaba irrecuperable. Vi mi reflejo, la imagen de quien se cree conocedor de sentimientos no compartidos, exclusivo de vírgenes rameras o solitario de silencios de multitudes. Cerré los ojos y vislumbré con fugaz claridad las súplicas de sueños en naufragio, ilusiones en polvo de cenizas. Me sobrevino un escalofrío. Sentí que me apretaba la mano con firmeza impropia de un niño mientras me susurraba al oido que nunca tuviera miedo de mí mismo, no al menos mientras recordara quién había sido, quién era o quién sería. Desapareció, como desaparecen las cosas que más queremos; así, casi sin darme cuenta, sin tiempo para despidos, sin lágrima de doloroso augurio. Nunca más volvería, pues ya había sido rescatado del pozo de los olvidos.
martes, 1 de enero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario