A veces me sorprende lo ajeno que es el protagonista a su propia historia al creerse inmune a los ecos de voces que corren en súbito silencio, en falsa lejanía. Para cuando cae en la cuenta la enfermedad es ya irreversible, devoradora despiadada de recelos acallados; ansiado alimento de carroñas al encuentro de verdades encubiertas. Si el azar está de su parte hallará misericordia en la mirada de algún allegado con suficiente valentía como para ensondecer injurias y agravios que propinan los prejuicios más soeces. Si opera lo que por uso y costumbre está fielmente arraigado a sociedades seudodesarrolladas, será otra víctima más de su propia indentidad; abocado a un sinfín de espejismos de realidades cuya escapatoria se le antojará como la más ardua de las batallas que, sin ser caballero, deberá afrontar sin entrenada gallardía para no ser pasto de ardientes hogueras o afiladas guillotinas.
Una insólita victoria sería digna de ser cantada por los trovadores de esta época que encontrarían en ella la manera de no sucumbir a un consabido final, perpetuando la pandemía hasta los confines de su apropiada historia.
Una insólita victoria sería digna de ser cantada por los trovadores de esta época que encontrarían en ella la manera de no sucumbir a un consabido final, perpetuando la pandemía hasta los confines de su apropiada historia.
Su más que probable derrota será enterrada en el cementerio de los recuerdos, cayendo presa del más cruel de los olvidos de aquéllos que un día jugaron a ser cazadores de hitorias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario